
Morfeo acudió raudo al sonido del revoloteo crepuscular de las sábanas de los mortales, portando bajo su túnica de seda la amapola con la que les sumía en una placentera fase REM.
Porque ya no me molesto en escribir. Son las palabras las que se estampan contra el papel y forman frases desesperadas.
Porque ya no me molesto en andar. Son mis piernas las que me guían en un caos con aparente órden de semáforos, guardias y sentimientos encerrados y podridos en corazones que se han convertido en granadas de mano con una anilla titubeante.
Porque ya no me molesto en respirar. Mis pulmones se encargan por mí de ello y los suspiros desaparecieron hace tiempo, el mismo lapso temporal desde el que mi aliento se quedó atrapado en el cristal de un autobús que estaba tan vacío como mi mente.
Porque ya no me molesto en pensar. Son mis ideas una manufactura de un mecanismo rutinario, abatido por no poder encontrar su punto muerto, pero sin embargo en un constante punto absurdo.
Porque ya no me molesto en opinar. Son mis silencios la muestra de que hace tiempo que desistí de cambiar el rumbo de las situaciones, que aposté muy alto por que el mundo estaba condenado a tener carencias auditivas, a la perpetua decadencia... y en efecto acerté.
Porque ya no me molesto en sentir. Mi granada de mano hace tiempo que estalló provocando una sonora serenata de sonrisas bemoles y llantos sostenidos, de fusas de alegría y calderones de pena. La sostuve en alto durante un instante y sólo noté el calor de la sangre deslizándose sobre mi mano.
Porque ya no me molesto en molestar....
Porque ya no me molesto en hablar. Mis músculos tiran de mis huesos y provocan muecas. Quizás, en ocasiones risas ayudadas por los altavoces de mi pecho...e impulsos silábicos a los que ahora llaman palabras....
Porque ya no me molesto en defenderme. Me puse un chaleco de balas contra tus ideas metralladas, aunque supiste encontrar un punto flaco y con tu precisa bala inundaste mi cerebro de pólvora y veneno.
Porque ya no me molesto en vivir...
Porque ya sólo me molesto en esperar. Esperar que algo me sorprenda, esperar y dormir sobre la manecilla del segundero del reloj de algún titiritero.