lunes, 15 de noviembre de 2010

La libido según Sigmund Freud

Nunca fui un experto en armas,tampoco me preocupé mucho por ello. El día en que adquirí esta con la que ahora mis manos se recrean,mis cuerdas vocales emitieron la única petición de que fuera “algo fácil de usar,de aspecto sofisticado para dármelas de varón moderno y de ejecución limpia y enamorada del silencio”.
Me gusta autodenominarme coleccionista,mas no me identifico con aquellos que guardan las piezas en su embalaje y dejan que un asqueroso trozo de plástico lleno de polvo empañe objetos de valor incaculable.
Yo,desgarro la cubierta,huelo,palpo,admiro,escucho,incluso hago que mis papilas gustativas gocen del instante orgásmico del reventamiento.
Hoy iba a adquirir una nueva pieza,una de lo más Rococó,sobrecargada de valores,prejuicios y problemas que poco parecían importar en un “todo” mundial que cada vez me repugnaba más.
Inicié el ritual de adquisición: acaricié la cruz que llevaba en el pecho que poco importa si tiene forma aspada,latina o patada, deslicé mi dedo sobre el gatillo y la libido según Freud colonizó mi mente.
Una vez más había conseguido mi pieza y había reventado el envoltorio con un silencioso y preciso disparo.
Y no encuentro arrepentimiento en mis actos,pues lo único omnipresente que existe en el universo es el aire.

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