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Las yagas de mi boca dieron buena cuenta de los años que el pájaro había pasado en ella. Llegó el día en el que volvió a batir sus alas para abandonar el que había sido su hogar, con tanta fuerza, que al friccionar con la comisura de mis labios, se creó una pequeña hoguera que consumió algunas de sus plumas, y las dejó alojadas en forma de cenizas en uno de mis carrillos.